La batalla perdida de los migrante


En una ponencia escuche hablar a Ousman Umar su historia de vida y empieza de la manera siguiente:
Mi nombre es Ousman Umar. Soy de Ghana. Sé que nací un martes. Pero no sé ni de qué mes ni de qué año, porque en mi tribu esto no importa.

A los nueve años la curiosidad me llevó a salir del pueblo hacia la ciudad y, finalmente, a los trece años me marché fuera del país en busca de llegar al país de los blancos,  tuve que cruzar todo el norte de África, pasando por el desierto del Sahara, que fue el primer gran reto que tuve que superar.

No tenéis la más mínima idea que quiere decir vivir un único día en el desierto. Y me cuesta sacar las palabras adecuadas para transmitir lo que realmente vivimos en aquel infierno.

Lo que os puedo decir es que de las cuarenta y seis personas que empezamos el viaje, solo seis llegamos vivos a Isir (Libia) tres semanas más tarde, digamos que estos seis consiguieron sobrevivir al drama de Libia y consiguieron mil ochocientos euros para salir y llegar hasta la costa. Construimos dos pateras (embarcacion). 
En la primera salida, en los primeros kilómetros se hunde la patera en la que iban los compañeros y nadie sobrevivió.
Uno de mis mejore amigos, Musa, también murió.

 Volvemos al desierto. Pasa un mes. La mafia trae más material, más personas. Fabricamos dos pateras de nuevo. Ocurrió exactamente lo mismo: en medio del mar una de las pateras también se hundió. Las ciento cincuenta o doscientas personas que iban en aquella patera tampoco sobrevivieron.

 Se dice fácil, ¿eh?

 En las noticias solo llegan números: «Han llegado trescientas personas en barca». Son personas con nombres y apellidos, con hermanos y hermanas, con mujeres, con novias, igual que cualquier ser humano. En mi patera había dos bebés, cuando llegué a la costa donde estaba la policía con la gente yo no vi aquellos bebés, tampoco vi sus cadáveres. Cuando llegamos al mar la batalla está literalmente pérdida, ¿dónde estamos los que llegamos aquí vivos? Mendigando por las ciudades como vemos cada día. ¿Esta es la acogida? ¿Esta es la solución? Yo creo que no.

La ayuda humanitaria mal enfocada.
 
Nunca en la historia de la humanidad habíamos tenido acceso a la información como hoy. ¿Por qué tantas personas siguen muriendo por falta de formación y de información?

Llevamos enviando millones, y millones, y millones de euros de ayuda humanitaria. Seguimos constantemente con la urgencia.
Si tu medas un plato de arroz estas saciando el hambre para un único día, pero en cambio, si me alimentas la mente, me estás dando alimentación para más de cien años. Creo que la educación es el motor de la transformación de cualquier sociedad.

Sin duda la solución está en el origen, que es fomentar la educación.
Si no cambiamos la estrategia, nada va a cambiar, hacemos el favor una vez, es necesario cambiar la estrategia, porque la caridad como tal no va a solucionar el problema de la pobreza.

Con doce mil eugros, un analfabeto como yo que lo era en su momento, me
fui a Ghana, compré cuarenta y cinco ordenadores, contraté a dos profesores, compré los muebles que hacían falta y pusimos en marcha el aula informática
Actualmente tenemos más de quince mil personas.

¿Por qué? Porque vengo de la tribu, entiendo mi realidad, conozco a mi gente, sé qué hace falta. Es muy heroico sacar cadáveres. ¿De qué sirve? Los cadáveres ya están muertos, de qué me sirve ir ahora al mar a buscar el cadáver de Musa. ¿De qué me sirve? La solución es evitar que futuras víctimas caigan en este infierno porque nadie lo merece. Nadie lo merece. Yo creo que entre todos tenemos que asumir nuestra responsabilidad. Dejemos de culpar a los gobiernos y que cada uno haga lo que pueda.

Hay una frase de Eduardo Galeano que decía: "Personas pequeñas en lugares pequeños haciendo cosas muy pequeñas, estos son realmente los que van a cambiar el mundo".

Cada uno de nosotros, debemos ser el cambio que queremos ver en nuestro entorno, en nuestra sociedad, en nuestro país, en el mundo entero. Si no puedes volar, corre. Si tampoco puedes correr, camina, si no puedes caminar, gatea, pero siempre sigue moviéndote.

La historia de Ousman Umar tiene este denominador común con la de los miles de migrantes que cada año se juegan la vida para llegar a otros paises, como. Lo atípico de su periplo le corresponde al azar.
Umar cruzó a pie el desierto del Sahara con tan solo 13 años. Vivió cuatro en la Libia de Muamar el Gadafi. Fue víctima de las mafias, objeto de extorsión y maltrato, perdió a su mejor amigo y vio morir a muchos otros compañeros en el camino. En 2005 llegó en patera a la isla de Fuerteventura. Confiesa que sobre España “solo conocía dos palabras: “Spain” y “Barça””, y la suerte lingüística hizo que le mandaran a la ciudad de Barcelona. Durmió en la calle durante meses y, de nuevo, el azar hizo que se topase con Montse, la madre de la familia que asumió su tutoría legal hasta que cumplió la mayoría de edad.
Umar no sabía español ni catalán. En pocos años, mientras trabajaba en un taller de bicicletas, obtuvo el graduado escolar, un Grado en Relaciones Públicas y Marketing en la Universidad Formatic de Barcelona y un Máster en Dirección y Gestión de ONG en la ESADE.
Hoy, convencido de que “la solución es evitar que futuras víctimas caigan en este infierno”, Ousman Umar se ha marcado dos objetivos: dar voz a los migrantes y fomentar la educación en los países de origen. El primero lo ha conseguido en ‘Viaje al país de los blancos’, el libro donde relata su historia. El segundo, fundando su propia ONG: ‘NASCO Feeding Minds’ una iniciativa con la que ha puesto en marcha proyectos de alfabetización digital en su Ghana natal. “La educación es el motor para la transformación de cualquier sociedad. La formación y la información son la clave”, sentencia.

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