La solidaridad ha devenido en la actualidad un valor primordial y
necesario para poder llevar a cabo el concepto de igualdad, una de las
invenciones más positivas del último siglo, y plasmarlo en la construcción de
una sociedad más equitativa, sobre todo cuando se hace patente que la riqueza,
la discriminación o las diferencias de carácter social, económicas o políticas,
cuando son excesivas, no son fruto de la naturaleza de las cosas, sino producto
del acontecer humano, de sus ideologías, creencias y prejuicios, o de sus
arbitrariedades y desmanes, perpetrados a lo largo de la historia, y que hoy
podemos seguir contemplando en directo gracias a los medios de comunicación,
que nos muestran a diario de qué modo la corrupción y la violencia alteran el
orden de las cosas, enriqueciendo a los corruptos y mentirosos, que no tienen
escrúpulos y empobreciendo a gran número de ciudadanos que, además, ven
mermadas sus posibilidades sociales, educativas o sanitarias.
Puesto que las sociedades injustas o desiguales se han construido en ese devenir
histórico, será a través del perfeccionamiento de ese devenir, de la
mejor organización política y social, el modo como se deben paliar las
consecuencias indebidas, inmorales e injustificadas que han dado lugar a modos
de producción y de convivencia que están más cerca de la animalidad depredadora
que de la cooperación humana.
El exceso de riqueza provoca inevitablemente un desmedido poder de
unos hombres sobre otros, de unos Estados sobre otros, y esta
desproporción no puede cimentar las adecuadas relaciones equitativas necesarias
para la convivencia en sociedades que queremos llamar civilizadas y
culturalmente avanzadas, que son las que tienen que proteger y ayudar a las más
empobrecidas para que éstas puedan salir de ese estado al que han sido
conducidas, muy probablemente, por las acciones indebidas y violentas,
coloniales o de conquista, por aquellas otras que disfrutan de un bienestar y una
riqueza desmesurados logrados por la fuerza, la trampa, el engaño o la
corrupción.
La opulencia que puede esclavizar y la pobreza que no puede impedir
ser esclavizada son extremos que hay que evitar,
La frase de Piotr
Kropotkin, viene a poner el dedo en la llaga de la
solidaridad. Cada cual tendrá que aportar en la medida de sus
capacidades para que otros puedan recibir lo que necesitan, y todo ello con la
garantía de un sistema político que asegure el cumplimiento de estas premisas,
necesarias, sin duda, para que se dé la justicia y que ésta no dependa del
capricho o las arbitrariedades de aquellos que posean los medios para paliar
las penurias y las carencias de los otros, sino que sea requisito
imprescindible de la coexistencia entre iguales y avalada por las leyes. De
otro modo estaremos hablando de limosnas, beneficencias y caridades, de parches
y de remiendos que, en definitiva, más que paliar las injusticias y las
desigualdades, fomentarán su continuidad y su permanencia en un estado de cosas
conformista y resignado que mantendrá los egoísmos ilegítimos, es
decir, aquellos que preferirán el beneficio y el provecho propios aunque causen
males, desgracias, carencias y sufrimientos ajenos.
By: Salvador Claros
Joaquín Paredes Solís
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