CULTIVANDO UNA VIDA CON SENTIDO


“La búsqueda de felicidad nos hace infelices”

Si observamos las últimas cinco o seis décadas, vemos que casi todos los indicadores de enfermedades mentales han subido. Ha aumentado el índice de suicidios, tanto en los Estados Unidos como en el resto del mundo. Han aumentado los casos de depresión, los de ansiedad, y  de soledad.

 Cuando los investigadores trabajan con las estadísticas para intentar entender qué provoca esta crisis en la salud mental, lo que encuentran es que está motivada por la ausencia de sentido en la vida de la gente, no tanto por la falta de felicidad. Intentan separar los dos factores. Y parece que es una distinción importante, porque, a menudo, cuando sufrimos o la gente a nuestro alrededor sufre, tendemos a pensar algo como: “Ok., no te sientes bien, hagamos algo que te haga sentir bien, que te haga feliz”. Pero lo que la investigación parece indicar es que, sea cual sea el vacío que sentimos, lo único que puede llenarlo es el sentido de la vida. 

Muchas de las fuentes tradicionales de sentido que solían estar en los cimientos de la vida de la humanidad, de nuestros ancestros, ya fuera la religión, la comunidad o los litúrgicos… ya no son tan esenciales en la vida de la gente hoy en día. El mundo es cada vez más individualista, secular y tiene menos en cuenta a la comunidad. Sin toda esa arquitectura de sentido en la vida, la gente tiene que descubrir por sí misma qué hacer para saciar esa necesidad de sentido, que muchos psicólogos creen que es una necesidad fundamental y que, sin sentido en la vida, sufrimos. Muchas personas quieren entenderlo. Si lo que de verdad importa es el sentido, qué es lo que debemos incluir en nuestra vida para encontrarle ese sentido. Aquí está el reto de la iglesia en este tiempo, no solo de hacer fe, también contextualizar las verdades eternas

En este afán de querer entender y sintetizar toda la información científica que arroja las complejidades de la vida hoy, la doctora. Nos comparte cuatro conceptos, cuatro patrones, que surgen una y otra vez en este esfuerzo por ayudar a resolver los problemassociales.

Uno de estos es la “pertenencia” tiene que ver con el tipo de relaciones que tenemos. Cualquiera que haya reflexionado o leído acerca del bienestar probablemente habrá encontrado estudios en los que se afirma que las relaciones nos hacen felices, que contribuyen a nuestro bienestar. Pero la pertenencia se refiere a un tipo particular de relación. Es una relación en la que te sientes valorado por ser quien eres, de manera intrínseca, y en la que valoras a la otra persona por quien es en esencia. 

Algo muy interesante que encontramos en este pilar es que la pertenencia no tiene por qué formar parte de una relación desde el principio. Es algo que se puede cultivar con la otra persona en los momentos de interacción con ella. Sintonizando con ella, escuchando activamente y estableciendo una especie de conexión íntima en la que ambos sienten que la otra persona los ve, los valora y los escucha. Las personas que tienen ese tipo de interacción se sienten elevadas, sienten que son importantes para los demás. Por el contrario, las personas que se sienten ignoradas o rechazadas, aunque sea por cosas insignificantes, como si estás hablando conmigo y yo estoy mirando el móvil… incluso este tipo de rechazo provoca que las personas sientan que su vida tiene menos sentido, porque te estoy ignorando e invisibilizando en cierto modo. 

El segundo pilar es el “propósito”. Propósito y sentido son palabras que a menudo pueden intercambiarse. Pero, como algunas personas lo entienden el propósito es un componente del sentido, es la parte del sentido que nos guía hacia el futuro. Los psicólogos definen el propósito como un objetivo o un principio que orienta nuestra vida y que implica que aportemos algo a los demás. Puede ser una aportación de todo tipo. Alguien puede tener como propósito encontrar la cura del cáncer. Para otra persona el propósito puede ser criar a sus hijos. Una persona que participaba en un estudio sobre el sentido en el trabajo. Era una limpiadora de hospital que trabajaba a diario lavando suelos y recogiendo cosas. Cuando le preguntan porque de su trabajo, dijo: “Mi propósito no es limpiar, sino ayudar a curar a la gente que está enferma”. Era capaz de conectar lo que hacía con una visión mucho más global. Eso es una parte muy importante del propósito. 

El tercer pilar es la “trascendencia”. Las experiencias trascendentes son momentos en los que te sientes por encima de los ajetreos cotidianos de la vida y sientes que estás conectado a algo mucho más grande que tú. Por ejemplo, cuando estás bajo un cielo estrellado mirando las estrellas, cómo eso te puede hacer sentir muy pequeño y lo mucho que te puede inspirar ese momento. Aparece en experiencias con la naturaleza, cuando nos enfrentamos a algo sublime e inspirador que nos puede llevar a la trascendencia. También llegamos a ella con la meditación o la oración, o con movimientos colectivos, como puede ser bailar con alguien. Todas estas experiencias son maneras que tenemos de disminuir la importancia de nuestra individualidad y sentir que estamos conectados a algo mucho más grande que nosotros mismos. Hay algo en ese tipo de experiencias que reorganiza la manera en que pensamos en el mundo y nos empuja a actuar de modos que aportan más sentido. 

El último pilar es la “narrativa”. La narrativa trata de la historia que nos contamos sobre nosotros mismos, sobre cómo hemos llegado a ser la persona que somos hoy.  La gente lo encuentra fascinante y sorprendente. Creo que es porque normalmente no nos damos cuenta de que somos los autores de nuestras propias historias, de que tenemos una narrativa continua en la cabeza sobre quiénes somos y cómo hemos llegado a ser así. Si somos conscientes de esa narrativa, podemos editarla si nuestra propia historia no nos deja avanzar. Eso es, básicamente, lo que hace la gente que asiste a terapia o escribe un diario, la gente que suele reflexionar sobre su vida. Ese es el proceso de edición de nuestra propia historia. Si la historia que nos contamos no nos deja avanzar es posible modificarla o reinterpretarla, de tal modo que nos permita ir hacia delante.

SALVADORCLAROS

 Emily Esfahani

“La búsqueda de felicidad nos hace infelices”

Emily Esfahani estudió Filosofía en el Dartmouth College, una de las universidades más antiguas y prestigiosas de los Estados Unidos, y realizó un máster en Psicología Positiva en la Universidad de Pennsylvania. Ha sido columnista de The New Criterion y editora de la institución Hoover de la Universidad de Stanford. Su trabajo ha aparecido en numerosas publicaciones como el New York Times o el Wall Street Journal. Hoy se dedica a divulgar por todo el mundo que hay más cosas en la vida que ser feliz.

UN AÑO PARA ENCONTRAR EL SENTIDO DE LA VIDA

 El año termina y nos deja el sabor acre de la partida de amigos y conocidos con quienes nos imaginábamos para largo rato en el futuro. El nuevo coronavirus expuso lo fácil que es que «se rompa el cuenco de oro y el cántaro se quiebre junto a la fuente», como dice el Eclesiastés. Todo fue propicio para preguntarse sobre el sentido de la vida. Este es un tema del que recurrentemente se ha ocupado la Química, la Física, la Biología, la Filosofía y la Teología.


El esfuerzo que esas disciplinas han desplegado evidencia que la respuesta no es tan fácil como parece. Pero, se puede partir de elementos que son fácilmente observables. Uno de ellos es que la vida no es la cualidad de un individuo sino la característica de millones. Pertenecemos a algo más grande que, de manera general, llamamos Vida. Es un continuo que pasa de una generación a otra. La vida proviene de la vida y nunca es de otra manera. Cada ser viviente lo es porque la recibió de un predecesor. La vida es un don y no un mérito que la persona alcanza. Por tanto, el estar vivo es también una responsabilidad ante el conjunto de los seres vivientes. Solo somos administradores de la existencia y debemos decidir cómo la dirigimos e invertimos. No es correcto hacer con ella lo que se desee bajo pretexto de que es propia, la hemos recibido y no tenemos más que un papel limitado en engendrarla.
Existe un propósito que debemos cumplir y es el de contribuir a que la vida continúe en condiciones de preservación. Eso supone trabajar para que el mundo de los vivos reciba no solamente la satisfacción de sus necesidades biológicas primarias sino también las condiciones que hacen que esa vida sea humana. Con su capacidad para desarrollar creatividad, arte, ciencia, solidaridad, comprensión y paz. La espiritualidad juega en ello un papel importante como fuerza inspiradora. Pasar por la vida, viviendo por vivir, sin atinar al privilegio de cumplir con un propósito, constituye la alienación más abyecta. El individuo pierde su capacidad de conocerse a sí mismo y de amar. No atina a comprender el sentido de su ser esencial.
Todos los seres que participamos de cualquiera de las formas de la vida, desde los más originarios hasta los más complejos, de los más ancestrales hasta el Homo sapiens, estamos formados por veinte aminoácidos y cuatro ácidos nucleicos. El alfabeto universal con el que se escribe la inconmensurable biodiversidad de la naturaleza y que nos dice a gritos que todos somos hermanos, hijos del mismo Padre. La Tierra es un organismo vivo, gigantesco, que une a todos los seres en redes de interdependencia de niveles múltiples. Esta perspectiva debería conducirnos a desarrollar sentimientos de pertenencia, cooperación y respeto pues, según el oráculo divino, el destino de la tierra y de la humanidad es un mismo y único destino.
La responsabilidad de usar bien la vida, invirtiéndola en su preservación universal, es la función más seria que ha sido depositada en nuestras manos. Deberíamos ser capaces de hacer un proyecto de voluntad política colectiva y un propósito personal de transformar el mundo. Un pacto social que no incluya únicamente a los seres humanos, sino a toda la comunidad de la vida. Hasta lograr el gran fin de la materia sagrada de la vida finalmente reconciliada consigo misma y con su raíz común: el Creador inmortal.

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